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Espejos en el techo

En realidad no se trata de tono, ni de orden, ni de vehemencia. Se trata de hacer cada cosa sin adiciones. Si te calzás las zapatillas solo deberías calzarte las zapatillas. Nada de atarte los cordones con más fuerza de la debida. Como siempre está bien. Doble nudo, no le hagas solo uno simplemente para rebelarte contra tus costumbres. Eso también es inútil. No le agregues cosas a las cosas. Aunque ya es tarde para decirte esto, ya pasaste demasiado tiempo falsificando el tiempo, y eso tiene un costo. Esta vez te sacaste las zapatillas sin desatar los cordones, ¿hace cuántos años no hacías eso? ¿Cinco, seis? Hasta en un par de cordones atados puede revelarse una verdad que duele. No importa. Evitá el peso de esa impresión. Simplemente acostate en la cama. En tu lado de siempre, no en el medio. La ausencia es demasiado reciente como para que te acuestes en el medio. Te harías daño. Vas a cruzar un pie sobre el otro, eso está bien. Te vas a mirar en el espejo del techo, diez segundos. Hay pocas ocasiones de mirarte así. Solo por eso ya cubre el precio, pensás. Mientras ella se ducha vas a sentir, no a pensar, la miseria de tu situación. Cuando corte el agua vuelvo a fingir, pensás. Pero el agua sigue corriendo y te gustaría estar en tu casa, en tu cama de siempre, donde la fidelidad supo levantar una convivencia tranquila. Hoy la sepultaste. Ahora te carcome ese sinsabor; el agua irreversible cae, el espejo duplica tu lujuria en el techo. El agua se cierra. Una sombra nueva te nace al pie de los ojos. Ya estás del otro lado.

Consecuencias, pintura de Juan Espejo

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