La afirmación "el consumo es un acto político" suele ser oída con aprehensión por los significados que connotan las palabras consumo y político. La política se entiende comúnmente como un entrecruce de relaciones de poder donde interviene lo partidario y los intereses personales se enmascaran como interés común. Por otro lado, el consumo ni siquiera es cuestionado en término de hábitos, en todo caso es revisado en términos financieros o de economía doméstica. Cuando decimos "acto político" la gente piensa en que hay que salir a la calle con pancartas y protestar, sienten que es algo radicalizado o dogmático. O bien se lo toman como una cuestión partidaria y allí termina la cuestión, porque "todos los políticos son corruptos y nunca se llega a nada". El tema es que el consumo ES un acto político, pensemos lo que pensemos, estemos conscientes de ello o no.
Para empezar, debemos entender que la política es el acto de tomar decisiones en conjunto que afectan a todo el grupo, pero ¿sobre qué se toman decisiones? El primer acto político en relación con el consumo es plantear una serie de hechos y situaciones en un contexto dado como una PROBLEMÁTICA, es decir dejar de darlo por hecho, visibilizarlo, convertirlo en una CUESTIÓN. Al cuestionar nuestros hábitos cotidianos de consumo, abrimos un mundo de obstáculos, posibilidades y alternativas, y como el consumo es una cuestión individual y social, debe atacarse esta cuestión como una responsabilidad a la vez individual y grupal. A nivel individual, comenzamos a ver nuestras limitaciones y entenderlas, comprendemos de dónde vienen las cosas que consumimos, quiénes las hacen y cómo, e intentamos tomar decisiones consecuentes para crear cambios reales en nuestros hábitos. En un punto llegamos a un techo y vemos que no podemos actuar de la forma en la que desearíamos porque involucra la toma de decisiones de otros agentes e instituciones, civiles, gubernamentales, productores y consumidores. Y como en nuestro país -así como en otros- creemos en una democracia representativa como matriz organizacional, creemos que la forma en la que esos otros agentes también se responsabilicen en torno a una problemática del consumo y hagan cambios es utilizando los canales y herramientas que nuestro sistema político nos brinda. Esta no es la única manera, ya que existen canales alternativos, llamados autogestivos -quiere decir que no delegamos la gestión a nuestros representantes- para tomar decisiones en grupo.
Todo esto en teoría suena muy bien, pero en la práctica puede ser sumamente frustrante y desesperanzador. El capitalismo consumista no es algo creado por los sectores poderosos e implantado en la población, es una construcción cultural producida, reproducida y reforzada por todos los agentes, de forma consciente e inconsciente, porque las prioridades están puestas en conservar cierta forma de hacer las cosas como las únicas correctas y posibles; esa conservación de los hábitos permite la integración de los individuos como miembros de una comunidad. Es decir, es una prioridad la aceptación social en los términos preestablecidos, lo que implica consumir de la forma preestablecida. Comer asado todos los domingos, comprar la ropa de moda de cada temporada, hasta comprar alimentos en determinado supermercado y de determinada marca, esas acciones son llevadas a cabo con arreglo a fines sociales y culturales de pertenencia a un grupo.
Por lo tanto, brindar alternativas de consumo como posibles y seguras, que no atentan contra las prioridades sociales del grupo, es la forma más efectiva de lograr que los agentes sociales modifiquen sus hábitos, cuestionen otros, reflexionen y desarrollen un pensamiento crítico. También la más difícil y larga.
Creo que en todo esto siempre está el acto de atacar el sentido común -es decir las representaciones colectivas que damos por hecho- y eso nunca es agradable porque el reconocimiento de esas cosas te pone de frente con una responsabilidad que no muchos quieren tener. Así que siempre hay que plantearles, junto con lo "feo", alternativas sencillas, cotidianas y que no impliquen un cambio drástico desde su perspectiva. Los bienes y servicios no son lo único que consumimos: también consumimos representaciones sociales, creencias, ideales, estereotipos, identidades, narrativas y discursos. Debemos recordar que las personas no estamos condenadas al consumo pasivo de lo que se nos ofrece, sino que, dentro de ciertos límites, tenemos libertad de acción y decisión. Podemos decidir dejar de escuchar ciertas voces y desarrollar la propia; podemos mirar al mundo desde otras perspectivas menos gastadas y digeridas; podemos crear, producir, difundir y reforzar nuevas formas de ver el mundo como seres sociales e individuales. Podemos dejar de pensar el mundo en términos de consumo. Ese sería el mayor acto político.
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