Un hombre sin imaginación
No fue hace tanto, ni hace tan poco, que me contaron de un hombre que se infartó trabajando. En el hospital le dijeron que ya había tenido cuatro preinfartos, y que tenía que reposar por lo menos tres meses. El tipo se quitó los cables y salió del hospital para volver al taller. Trabajó un par de horas más y se murió de un sexto infarto. La anécdota me hizo reflexionar sobre el peso de los hábitos, mucho mayor de lo que solemos creer. Ese hombre habrá pensado que un infarto era equivalente a torcerse un tobillo. Un par de días, algo de hielo, y seguimos, como Sísifo, eternamente. Sesenta años acostumbrado a la vida, ¿cómo podría siquiera imaginar lo que es la muerte? Nunca se había puesto a imaginarla, por eso no le tenía miedo, por eso no podía ser prudente, por eso reposar era, para él, perder el tiempo. Creo que, ahora, mientras lo imagino, lo miro sin lástima, sin pena. Es más, envidio un poco su realidad tan chica. No conoció la muerte.
Una mujer particular
Estaba leyendo el caso de una mujer neurótica. Era de Buenos Aires. Voy a enumerar dos expresiones de su neurosis: 1. Cuando preparaba la comida le daban ganas de ir al baño (antes de servirse). Se servía el plato, iba al baño, volvía y se quejaba de que la comida estaba fría. 2. Cuando subía historias a instagram, enseguida veía que cierta amiga no tardaba en mirarlas y, acto seguido, la criticaba diciendo que nunca hacía nada y que toda su vida era tiempo libre. Quejas. Tengo varias interpretaciones: 1. Se creaba pequeños escenarios trágicos porque siente placer al sufrir y, por supuesto, es inconsciente de lo absurdo de su situación. 2. Era incapaz de distinguir las causas de los efectos sin equivocarse. Creía que servir la comida le provocaba ganas de ir al baño; creía que la causa de su amiga mirando la historia no era ella, sino algo externo, algo necesario, un destino. 3. (Y la que más me gusta) Hacía esas cosas siendo consciente de su apariencia neurótica, solo para que la gente hablara de ella, para demostrarse que su neurosis no consistía en actuar de manera absurda sin darse cuenta, sino en darse perfecta cuenta pero no poder actuar de otro modo.
La imagino en la heladería. Le dice al heladero: “menta granizada, cuarto kilo”. Después se sienta a comer, frunce el ceño y piensa: “esto tiene gusto a dentífrico”. Pero, ¿cómo podría ella pedir dulce de leche? ¿Con qué derecho? La queja, no es ningún secreto, tiene fines estéticos.
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