Fuera de toda retórica, de toda lírica o romanticismo, quiero pensar por mis propios medios, ricos o rudimentarios, pero míos, apenas justificados por mi experiencia y por mi incapacidad de reconocerme siempre como un buen lector.
¿He leído mal? Sí. ¿He leído bien? Si. La orilla de esos dos polos es lo que me permite escribir esta nota.
Pensaba en Cortázar, en qué respondería yo si se me preguntara por él. Si vale o no la pena leerlo. Pensaba en la responsabilidad que le delegan a uno, y en la posibilidad que tendría de bajar el martillo como un juez y decir: No, no lo lean. Y a otra cosa, como he visto en tantos lugares y en casi todos los campos de la vida. Me cuido de esos juicios apurados como de la malaria.
En fin, si se me preguntara por Cortázar en un momento de cansancio intelectual y tedio metafísico, yo hubiera respondido algo así:
—Bueno, no es santo de mi devoción, pero creo que tiene muy buenos cuentos. A veces se me hace muy lírico y por una cuestión de gusto o costumbre, se me traba la lectura.
Si uno se fija, son puros juicios, puro querer meter un elefante en una bolsa. Pongo primero mis gustos, y después intento ajustar a Cortázar en esas opiniones caprichosas. Pero a nadie le importa eso, en especial a mí mismo, que mientras más opiniones tengo más aburrida se me hace la vida. Mejor ser rico en asombro. Decir que se me traba la lectura por la forma de escribir de Cortázar es atribuirle al autor una responsabilidad que en realidad es mía. ¿Quién no se esforzó un poco más alguna vez para comprender la sintaxis de Dostoievski en las primeras páginas? Ese primer impulso, ese esfuerzo, esa energía de activación, es la que tiene que poner el lector. Porque, pensemos lo contrario, ¿qué diferencia una lectura difícil de nuestras mejores lecturas? Respondo, sin que me tiemble la lengua, que es la inocencia. Llegar al libro con los ojos vacíos. Leer requiere entusiasmo. ¿Cuántas veces la lectura de un libro se nos hace pesada y, al pasar a otro, avanzamos a brazadas larguísimas? Era un atasco psicológico. Por eso creo que no hay nada más nocivo para el disfrute como insistir en lo que no nos gusta. Es como cuando nos mordió un perro y después ya no nos queremos acercar a los demás. Eso genera la obligación de la lectura, sea impuesta por autoridad o autoimpuesta.
Por otra parte, podría, y me gustaría responder:
—Bueno, creo que Cortázar fue un hombre complejo, y como tal es imposible simplificarlo sin mutilarlo. Un profesor nos leyó Autopista del sur cuando era chico, y quedé maravillado. Me preguntaba, ¿en serio se puede hablar de eso? ¿Qué era eso de lo que nunca había escuchado pero que tanto me gustaba? Algo semejante debió sentir García Márquez después de leer La metamorfosis. ¿Por qué veía tan clara esa situación imposible? Leer Todos los fuegos el fuego fue como mirar una película, en el sentido menos literal de la expresión. Quiero decir que no recuerdo ni una frase del cuento, pero sí la secuencia de imágenes que suscitó. Tengo la película en mi memoria, de la misma manera que recuerdo una cara, o una risa. Recuerdo justamente lo que el autor no puso en el cuento. Pero creo que esto es solo una ilusión mía. Es esa secuencia de imágenes la que guía la mano, la que selecciona las palabras, la que sabe qué detalles impresionan. ¿Qué habrá visto Cortázar mientras escribía? ¿Pudo haber sido lo mismo que vi yo? Después está aquel otro cuento de un hombre que vomita conejitos. Esos que nos dejan preguntándonos, ¿por qué? ¿Cómo se te ocurrió eso? O, para ser más precisos, ¿Cómo se te ocurrió con tanta fuerza como para ponerte a escribirlo? Porque a todos se nos ocurren cosas así, pero por lo general esos pájaros se nos vuelan justo antes de poner los huevos. Enseguida recuerdo que el arte no tiene una finalidad externa, que cuando uno mira una idea a los ojos, no se la contrasta con los criterios del mundo real, que solo la idea es el mundo mientras el artista es instrumento de esa idea.
Eso que yo había sentido en la escuela, era la literatura fantástica. Cortázar me enseñó a descubrirla. Fue como una grieta en el cielo. No como un rayo, un rayo no es una grieta en el cielo, aunque también. Pero una grieta negra y permanente, evidente, inesperada. Después leí El perseguidor, y si justo después de leerlo alguien me hubiera preguntado qué estaba haciendo, le hubiera querido responder: “estuve intentando comprender los sufrimientos de un hombre”. Y me dirían, “¿Y pudiste?”. “No”. Por suerte no. Por suerte puedo releerlo y releerlo sin cansarme. Yo les diría que Cortázar es un autor que entusiasma, y entusiasma justamente porque él no se dejó engañar por el tedio. Si un tipo así, formado y comprometido, no deja de sorprenderse del mundo, ¿cómo no me voy a sorprender yo? El entusiasmo es poco común en estos tiempos, este autor fue su discípulo.
A veces siento tedio antes de leer, es decir, ausencia de deseo. Entonces cierro el libro y me digo algo como: “¿En serio creés que el mundo no te puede enseñar nada, justamente a vos que viniste hace dos días y apenas sabés cruzar la calle? No sabés ni cómo crujen las maderas de un barco, ni cómo se siente el silencio la noche anterior a la guerra, no sabés cómo se preparaban los alimentos antes de la hornalla. Vaciá los ojos. Aunque te arrugues, aunque te haga falta un bastón y el corazón escupa sangre arrítmica, la vida, nuestra vida, nunca pasa de la infancia.” Entonces vuelvo al libro y me siento como aquel ciego al que Jesús le pasó barro por la vista estéril y lo mandó a lavarse. Abrí los ojos y vi.
Comments