Por Elizabeth Mendoza Bravo (@lizmbmc), Redactora Adjunta de La Sociocultural
En un país imaginario, sus habitantes construyen un puente interminable, un arco suspendido sobre un abismo insondable. Un puente que nadie, desde el otro lado, parece estar levantando. Así es el relato que me atrapó en El espejo dentro del espejo, de Michael Ende, un cuento que bien podría llamarse El puente imposible.

Hace poco leí un relato de El espejo dentro del espejo del escritor alemán Michael Ende, un libro de cuentos surrealistas que dejan volar la imaginación, saben a misterio y dejan en el lector la sensación de que hay algo más profundo por desentrañar. Los cuentos no tienen nombre, pero a este relato le podríamos llamar Construyendo un puente sin final, El puente imposible, Puentes o abismo. Dejamos a los escritores ponerle un título que nos intrigue.
Este cuento trata de un país donde sus habitantes construyen un puente que nunca estará terminado:
El puente que estamos construyendo desde hace muchos siglos nunca estará terminado. Como una mano tendida que nadie estrecha, sobresale por encima de las rocas escarpadas de la frontera de nuestro país, debajo de la que se abre el negro abismo sin fondo. Su amplio arco desaparece en alguna parte a lo lejos de la espesa niebla que se eleva constantemente de la profundidad.
Una construcción semejante no se puede concluir si alguien no viene al encuentro construyendo desde el lado opuesto. Y nosotros no hemos podido descubrir el indicio de que al otro lado se trabaje también en un proyecto semejante. Es probable que allí todavía no hayan notado nada de nuestros esfuerzos.
Muchos de nosotros dudan incluso que exista siquiera un lado opuesto.
En este país, las religiones se dividen en función de las creencias sobre lo que hay al otro lado del puente: algunos están convencidos de que no hay nadie más allá; otros, no dudan de la existencia de ese otro lado, pero saben que es inalcanzable:
Algunos fanáticos y heresiarcas que ha habido de vez en cuando en nuestra historia fueron conducidos directamente al lugar donde termina y obligados a continuar. Naturalmente, se precipitaron al abismo.
Como en todos los relatos del libro, me quedé intrigada, reflexiva, tratando de descifrar lo que la lectura había dejado en mí. Lo primero que me vino fue la idea del relato como metáfora de la búsqueda del otro, de la posibilidad de comunicarnos de manera profunda.
Ya escribí en otro artículo sobre el concepto de narrow ridge (punto angosto) de Martin Buber. Ese concepto me atravesó desde la primera vez que lo leí: tratar de movernos lo más que podamos hacia el borde de nuestra postura, de nuestra persona, para tratar de salvar el abismo y tocar la mano del otro, que también se ha desplazado hacia el borde de su postura, de su persona. Hay un esfuerzo mutuo por reducir ese abismo e intentar tocar al otro. El relato de Endeme dejó una imagen similar: los habitantes de ese país se esfuerzan por construir ese puente interminable que atraviesa un abismo. Casarse con alguien del otro lado es la única manera de saber que existen habitantes allí, y esos matrimonios, misteriosamente, se han realizado.
Tal vez el amor, la palabra, el silencio reverente para escuchar al otro, sean puentes invisibles para encontrar el otro lado. Cada esfuerzo por decir, por comunicar, por acoger, son un ladrillo colocado sobre el abismo del individualismo, el aislamiento y la incomprensión.
Pensaba también en el poema Los puentes, de María Loynaz. Siempre hay personas que intentan cruzar, construir un puente, salir de la autorreferencialidad, de la polarización, de las ideologías, para ver el otro lado. Sin miedo a caer en el abismo se arriesgan a tender la mano para construir el diálogo aparentemente imposible.
Los puentes
Yo vi un puente cordial tenderse generoso
de una roca erizada a otra erizada roca,
sobre un abismo negro, profundo y misterioso
que se abría en la tierra como una inmensa boca.Yo vi otro puente bueno unir las dos orillas
de un río turbio y hondo, cuyas aguas cambiantes
arrastraban con furia las frágiles barquillas
que chocaban rompiéndose en las rocas distantes.Yo vi también tendido otro elevado puente
que casi se ocultaba entre nubes hurañas…
¡Y su dorso armonioso unía triunfalmente,
en un glorioso gesto, dos cumbres de montañas!…Puentes, puentes cordiales… Vuestra curva atrevida
une rocas, montañas, riberas sin temor…
¡Y que aun sobre el abismo tan hondo de la vida,
para todas las almas no haya un puente de amor…!María Loynaz
Me gusta pensar en la belleza, en la poesía, el arte, como puentes, como esfuerzos desinteresados por comunicar y tocar al otro. En torno a la poesía no tenemos que defender una postura, ante la ambigüedad de tantos versos podemos interpretarlos, compartir, dialogar. Ante la contemplación de la belleza tampoco necesitamos discutir, podemos salir de la lógica racionalista para entrar en la del asombro y la gratuidad. ¿Podemos hacer de la belleza un puente?
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